En el año 2025, la Sala d’Art Jove y el Museu Tàpies desarrollan conjuntamente la segunda edición de Polvo. Laboratorio de investigación colaborativa. Durante dos meses, un grupo de artistas compuesto por Meritxell Cañas, Natalia Domínguez y Salva G. Ojeda, con la tutoría de Marc Larré, ha realizado una residencia en el Museu Tàpies basada en la experimentación con la materia en el contexto de la exposición Antoni Tàpies. La imaginación del mundo.
El marco teórico de la investigación ha girado en torno al olor. Las interpretaciones de la obra de Antoni Tàpies se habían concentrado tradicionalmente en lo háptico, destacando los valores ópticos y táctiles de las pinturas matéricas de la década de 1950 en adelante. Esta nueva aproximación a la obra pre-matérica de Tàpies desde sus propiedades y sugerencias olfativas opera un cambio de paradigma importante, pues revela toda una dimensión sensorial que permanecía latente en los documentos históricos. En Memoria personal. Fragmento para una autobiografía (1977), el propio Tàpies menciona el perfume de una señora de la alta sociedad, el olor a musgo y corcho de los pesebres del mercado de Santa Llúcia o los aromas a resina, espliego y tomillo de los bosques cercanos a Barcelona, entre otros muchos ejemplos, como claves que anclan el recuerdo en experiencias más allá de lo narrativo y de lo visual. Tal como se recoge en el programa de mano de la exposición, la crítica artística del momento también coincidía al señalar en la cosmología tapiana ya unos “instrumentos olorosos”, ya un “vacío perfume”, ya un “olor a fósforo y alcantarilla”, que conducen a diferentes conclusiones.
El principal resultado de la investigación es la escultura Olor de fòsfor i claveguera [Olor a fósforo y alcantarilla, 2025], instalada temporalmente en la exposición como parte de las transformaciones previstas para pluralizar desde voces contemporáneas aquel doble singular de la “imaginación” y el “mundo”. Esta nueva producción se configura a partir de la idea del enfleurage, una técnica antigua de obtención de esencias que utiliza la grasa como medio para extraer los aromas de flores –y también de objetos– por contacto directo con la sustancia oleosa. Una gran pantalla de metacrilato sirve en esta ocasión como soporte para el encuentro de la grasa con diversos objetos olfativos, tanto naturales como artificiales. Sin embargo, en lugar de llevar el procedimiento hasta su fase final, la obra muestra el proceso detenido justo en ese contacto entre la grasa y el objeto, enfatizando así el momento material previo a su disipación como esencia –o absoluto–.
La propuesta dialoga con el espacio desde tres ejes. Por una parte, la transparencia del conjunto genera un punto de condensación y cruce entre la exposición y la nueva intervención, superponiendo una nueva capa material y de significación. Por otra, revisita uno de los principales temas de la obra de Tàpies: la tapia cruda y densa como forma particular de realismo, a medio camino entre figuración y abstracción, que posteriormente sustituirá los materiales como el polvo de mármol o el cemento por objetos cotidianos e incluso barniz. El tercer gesto que plantea la pieza es el de levantar la vitrina —tan presente en la exposición— al plano vertical, situando la obra en un tercer espacio entre la horizontalidad propia de los expositores y la verticalidad fijada a la pared de los cuadros.
Los aromas no suelen tener adjetivos propios, como ocurre con las percepciones de otros sentidos. A falta de nombres específicos, se los roban a objetos vecinos, y por ello se suele decir que esto huele a aquello, en una suerte de metáfora infinita. Siguiendo este ejercicio de infinitud, la obra propone unos “olores-objeto” singulares que abarcarían potencialmente todo el universo. La idea no es proponer una experiencia olfativa, sino activar una imaginación del olor.